HOY
El DIMINUTIVITO.
El
diminutivo merece especial análisis y esta no será la ocasión porque tengo que ir a pelar papas.
Seguro que hubiera conmovido su corazón, querido lector (mamá), si hubiera dicho "tengo que pelar
papitas". ¿Puede creerlo? ¿Puede sentirlo? El diminutivo es el accidente morfológico más comprador y tierno que podrá usted encontrar en la lengua castellana.
La
COMPROBACIÓN
Piense en un gato. ¿Lindo no? Ahora piense en un
gatito. ¡Es increíble! Cómo puede ser que un simple -
ito o -
ita dé lugar a este vagaje de boludés.
Pues bien, hagamos una prueba: piense en un viejo decrépito apestando a mierda. Ahora piense en un bebé apestando a mierda. Por alguna razón, y pese a la mierda, nos inclinaremos hacia el bebé cuasi instintivamente. Exactamente lo mismo pasa con las palabras: el diminutivo no es sonso.
De hecho, más allá de los gustos personales concretos, se tiende a preferir "
chiquito y juguetón" que "
grande y dormilón". ¿La razón? El
diminutivo.
La
HIPÓTESIS: el diminutivo da a las palabras un dejo de ingenuidad, ternura, cuasicuasipelotudés, y nos saca una sonrisa, nos compra, nos enamora.
La
EXCEPCIÓN QUE CONFIRMA LA REGLA:
lechita. Una palabra que podría ser tiernita, pero no. Es perversa, cochina, lujuriosa.
Decir "es la hora de tomar la leche" es dejarla picando, pero asegurar "
es la hora de tomar la lechita"... es irse al carajo.
El
AVISO A LA COMUNIDAD: haga un uso inteligente del diminutivo. No abuse. El diminutivo es un arma de doble filo y usted puede quedar como un verdadero pelotudo si no se modera.
La
CONCLUSIÓN: No sé. Tenía ganas de decir la palabra "lechita".
la
DESPEDIDA: chaucito.